Bienvenidos a este espacio dedicado al Lenguaje y la Comunicación...

julio 18, 2011

El Ensayo

El ensayo es un tipo de texto que encuentra su origen en el siglo XVI. Fue el escritor francés Michel de Montaigne (1533-1592) quien por primera vez dio a sus escritos - tres gruesos volúmenes - ese nombre, "ensayo". Hasta entonces, se llamaba "discursos" a aquellos trabajos que abordaban un asunto reflexivamente pero sin pretensiones científicas.

Montaigne decidió utilizar la palabra "ensayo" para definir su escritura, pues, etimológicamente, la palabra exagium significa el acto de "pesar algo", de someterlo a prueba. Lo que busca el ensayo es poner en duda una realidad establecida, cuestionar aspectos de la cultura instituida y plantear puntos de vista de nuevos para repensarla.

El ensayo es un texto esencialmente argumentativo, ya que su propósito  es manifestar un punto de vista sobre un tema específico: el autor intenta "hacer ver" al lector las cosas como él las ve. Sin embargo, se diferencia de otros tipos de textos argumentativos en cuanto su autor no pretende necesariamente "resolver" una controversia, sino establecer un diálogo con los lectores. El ensayista plantea su punto de vista como una Hipótesis, como un problema a resolver, pero puede terminar el ensayo sin haberlo resuelto. En el ensayo está permitido cerrar el texto, incluso con una pregunta dirigida al lector.

Lo anterior no quiere decir que en todos los ensayos no se cierre el tema, porque puede haber algunos que incluso terminen con una conclusión que no admite réplica.

Características de un Ensayo:
  • Brevedad
  • Carácter sugestivo y reflexivo
  • Carácter Confesional
  • Intención Dialogal
  • Libertad Formal
  • Variedad Temática 
  • Preocupación por el estilo

julio 15, 2011

Borges y Yo (cuento)

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pase de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con el infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. 
No sé cuál de los dos escribe esta página.

julio 14, 2011

Oda a Federico García Lorca

Si pudiera llorar de miedo en una casa sola,
si pudiera sacarme los ojos y comérmelos,
lo haría por tu voz de naranjo enlutado
y por tu poesía que sale dando gritos.

Porque por ti pintan de azul los hospitales
y crecen las escuelas y los barrios marítimos,
y se pueblan de plumas los ángeles heridos,
y se cubren de escamas los pescados nupciales,
y van volando al cielo los erizos:
por ti las sastrerías con sus negras membranas
se llenan de cucharas y de sangre
y tragan cintas rotas, y se matan a besos,
y se visten de blanco. (...)

Federico, 
tu ves el mundo, las calles,
el vinagre,
las despedidas en las estaciones
cuando el humo levanta sus ruedas decisivas
hacia donde no hay nada sino algunas
separaciones, piedras, vías férreas.

Hay tantas gentes haciendo preguntas
por todas partes.
Hay el ciego sangriento, y el iracundo, y el
desanimado,
y el miserable, el árbol de las uñas,
el bandolero con la envidia a cuestas.

Así es la vida, Federico, aquí tienes
las cosas que te puedo ofrecer mi amistad
de melancólico varón varonil.
Ya sabes por ti mismo muchas cosas.
Y otras irás sabiendo lentamente.

Pablo Neruda. Residencia en la tierra II.
En Antología Fundamental.
Santiago: Pehuén, 1998, fragmento.

julio 13, 2011

La Comunicación Sin Palabras


 Uno de los elementos principales de la identidad tiene que ver la forma de expresarse. Cuántas veces no habrás sentido que en un gesto particular o una expresión determinada son característicos de una persona. Y es que, al hablar, uno refleja lo que es y pone en un gesto cualquiera, evidencia no sólo en nivel cultural, la procedencia geográfica o la situación social, sino también la forma de ser física y psicológica. Sin embargo, no es sólo a través de las palabras que nos manifestamos; desde el primer momento en que tomamos contacto con otra persona, aunque no medie palabra alguna, nos estamos comunicando y revelando nuestra particular forma de ser y de enfrentar el mundo. Piensa, por ejemplo, en toda la información que puede transmitir un movimiento del cuerpo, una postura, con la cara, con las manos o una entonación determinada. 
Cuando producimos y recibimos mensajes que no vienen expresados en palabras, estamos ante lo que se conoce como Comunicación No Verbal. Así como empleamos signos lingüísticos, utilizamos también una serie de signos no verbales que comunican una considerable e importante información. Estos signos verbales, que inevitablemente aparecen en cualquier situación comunicativa, suelen mantener una relación de interdependencia con la interacción verbal, es decir, suelen utilizarse en combinación con los signos verbales, a pesar de que también pueden emplearse en forma asilada. Como proponen Pierre Simón y Lucien Albert, autores del libro Las Relaciones interpersonales, “es necesario que efectuemos un verdadero aprendizaje de las Comuniaciones no verbales: a través de su complejidad nos será posible captar las actitudes, emociones y mensajes que ellas pretenden transmitirnos. Nuestra receptividad a los indicadores no verbales modificará totalmente nuestra comprensión de los demás".


"Sistemas de Comunicación No Verbal"

Proxémico: Alude a la estructuración y el uso del espacio, en especial en lo que respecta a la distancia mantenida, consciente o inconscientemente, por los hablantes en una interacción comunicativa. En este sentido, las relaciones proxémicas contribuyen a determinar el tipo de relación social y nivel de intimidad existente entre los interlocutores, al tiempo que ofrecen rastros significativos acerca de la actitud personal e   intención comunicativa de los hablantes.


Kinésico: Se refiere a los movimientos corporales, gestos faciales, posturas, etc. que comunican o matizan el sentido de los enunciados verbales, de un modo intencionado o no. A través del lenguaje Kinésico es posible, por ejemplo, resaltar algún aspecto del mensaje discursivo, ilustrar estados de ánimos o emociones, subsanar las deficiencias verbales, contradecir el significado de los enunciados verbales, etc. 

Paralingüístico: Es el sistema que nos entrega mayor información e índices idiosincrásicos, mediante los cuales es posible reconocer la voz, la edad, el sexo, es decir, los rasgos personales del hablante. En el lenguaje paraverbal entran en juego la entonación, el timbre,  la intensidad,  el acento, el ritmo, las pausas, los silencios, etc. Al hacer un uso adecuado de estos elementos, podemos otorgarle a la comunicación oral el carácter y significado que queremos; así, podemos crear un ambiente íntimo y de confesión personal o bien, de formalidad e impersonalidad. 




julio 12, 2011

Idilio / Mario Bededetti

La noche en que colocan a Osvaldo (tres años recién cumplidos) por primera vez frente a un televisor (se exhibe un drama británico de ondas resonancias), queda hipnotizado, la boca entreabierta, los ojos redondos de estupor.
La madre lo ve tan entregado al sortilegio de las imágenes que se va tranquilamente a la cocina. Allí, mientras friega ollas y sartenes, se olvida del niño. Horas más tarde se acuerda, pero piensa: "Se habrá dormido". Se seca las manos y va a buscarlo al living.
La pantalla esta vacía, pero Osvaldo se mantiene en la misma postura y con igual mirada estática.
"Vamos. A dormir", conmina la madre.
"No", dice Osvaldo con determinación.
"Ah, no. ¿Se puede saber por qué?"
"Estoy esperando".
"¿A quién?"
"A ella".
Y señaló el televisor.
"Ah. ¿Quién es ella?
"Ella".
Y Osvaldo vuelve a señalar la pantalla. Luego sonríe, candoroso, esperanzado, exultante.
"Me dijo: querido".

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